viernes, 19 de junio de 2009

El Samovar


El té fue introducido por primera vez en Europa por los holandeses en el año 1610. Llegó a Rusia en 1618, varios años antes de que los ingleses se iniciaran en el hábito que les convertiría en nación de bebedores de té, y a finales del siglo XVIII la costumbre de tomar té se había extendido en todo el país y el samovar era ya un objeto esencial en todos los hogares rusos.

La mayoría de las naciones aficionadas a beber té poseen su modalidad propia y altamente individual de preparar y presentar esta infusión. En el Japón existe la ceremonia del té con todo un ritual complicado; en Turquía es hervido tres veces y se le añade azúcar hasta darle consistencia de jarabe. Los arrogantes jinetes del Afganistán lo beben casi hirviente, todavía burbujeante; a los holandeses les gusta tibio y con una buena cantidad de leche, y en Gran Bretaña existe el ritual cotidiano de manejar la tetera para servirse, a menudo, una sola taza.

Pero en Rusia lo esencial en la preparación del té es el samovar, reluciente, caliente y de contenido aparentemente inagotable, que facilita horas de conversación amenizadas por numerosas tazas con una rodaja de limón o una cucharada de mermelada y azúcar.









En la antigua ciudad rusa de Tula surgió una floreciente industria dedicada al samovar. Allí se fabricaron, en los siglos XVIII y XIX, de latón y de plata.









Las familias opulentas poseían samovares provistos de artísticas asas, delicadamente adornados; en las cabañas de los campesinos se utilizaban modelos mucho más sencillos, pero sólo los paupérrimos carecían de ellos.








La revolución barrió la mayoría de las tradiciones imperantes en la vida cotidiana rusa, pero el samovar sobrevivió. Hoy se ven en las "dachas" (casas de campo), en general suelen ser niquelados, no de cobre ni de plata. Se utilizan a diario en las ciudades. Incluso se fabrican modelos eléctricos.







En 1936, los obreros de Tula juzgaron que el mejor regalo que podían hacer al Congreso de los Soviets era un samovar de cobre con las inscripciones soviéticas. Nada demuestra con mayor evidencia el hecho de que, bajo el régimen zarista o bajo el soviético, el samovar sigue, imperturbable, su camino.
Tomamos un té... en un samovar ruso?

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